El cambio climático y el fenómeno de «El Niño», que partió en junio de este año y finalizará en el otoño de 2024, ha generado un complejo escenario para la agricultura y en particular para los productores de cerezas. En ese contexto, hemos preparado un completo especial en el que abordaremos el problema, la situación en los huertos y, finalmente, las posibles soluciones frente a un fenómeno que llegó para quedarse.
El cambio climático no es para nada nuevo; desde hace ya varios años se está hablando del efecto que de las emisiones de gases y su directa relación con el aumento de la temperatura del planeta. Las principales consecuencias de este fenómeno van desde aumento de precipitaciones, eventos meteorológicos extremos, modificaciones en las estaciones del año y el derretimiento de las reservas de agua dulce, fundamentales para la vida humana.
La agricultura es una de las tantas actividades que se han visto afectadas por el cambio climático; así lo señala el informe “ Cambio Climático: El impacto en la agricultura y los costos de adaptación”, elaborado por el Instituto Internacional de Investigación Sobre Políticas Alimentarias, IFPRI.
“El aumento de las temperaturas termina por reducir la producción de los cultivos deseados, a la vez que provoca la proliferación de malas hierbas y pestes. Los cambios en los regímenes de lluvias aumentan las probabilidades de fracaso de las cosechas a corto plazo y de reducción de la producción a largo plazo. Aunque algunos cultivos en ciertas regiones del mundo puedan beneficiarse, en general se espera que los impactos del cambio climático sean negativos para la agricultura, amenazando la seguridad alimentaria mundial”, consigna el documento.
De acuerdo con la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC), se entiende por cambio climático a “un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables”.
Según el boletín del INIA Nº463 «Cambio climático y sus efectos en la agricultura», para el año 2030 la temperatura de la tierra aumentará 1,5°C con respecto a los niveles pre industriales. Esto debido al calentamiento global, es decir al aumento sostenido de la temperatura media de la atmósfera y los océanos en las últimas décadas, atribuido a las actividades humanas y, por tanto, a la generación de gases.
En la práctica, todo lo anterior está ocurriendo; las temperaturas máximas han batido los récords históricos, asimismo otros eventos climáticos extremos o inusuales para ciertas temporadas; basta con retroceder al mes de mayo de este año en Emilia-Romagna, Italia, donde intensas lluvias y granizos primaverales provocaron graves daños en cerezas, duraznos, peras, kiwis y otros cultivos.
“Luego de las lluvias hemos tenido días soleados y limpios, pero las cerezas que sufrieron daños por lluvias lamentablemente se perdieron; una de las variedades es la Bigarreau y también la Early Lory y Sweetheart. Ahora empezamos con la cosecha de la Bigarreau que en la zona más temprana tiene un color rojo; las variedades medias-tardías están en fase de crecimiento. Estamos haciendo intervenciones para prevenir los daños de lluvia con calcio y magnesio, para mejorar tamaño y nivel de color”, señaló Cataldo Lobascio en aquel entonces a Smartcherry.
Episodios como éste se repitieron en España, donde las lluvias provocaron la pérdida del 80% de la producción de cerezas del Valle de Jerte. Ante tamañas catástrofes agrícolas, vale bien preguntarse si el cambio climático será cada vez más extremo en cuanto a sus efectos sobre la agricultura, o si lo ocurrido en Europa durante la primavera podría repetirse en Chile y, por cierto, si podría estar en riesgo la seguridad agroalimentaria del planeta.
Eventos climáticos extremos
Así como las sequías (dos años consecutivos de precipitaciones anuales menores al percentil 20 de la línea base) se han hecho cada vez más severas, proyectándose que para fines del siglo XXI este tipo de eventos ocurra más de 10 veces en 30 años, también tienden a aumentar la ocurrencia de eventos de intensas precipitaciones acompañados de temperaturas altas, con isotermas a bastante altura. Esto último prevé panoramas poco alentadores,
considerando que el incremento de la altura de la isoterma cero genera en poco tiempo la crecida de ríos, lo que puede provocar graves inundaciones, aluviones, aludes, etc. Además de ser eventos riesgosos para las personas, estos fenómenos afectan a la agricultura, ya sea por los daños a los sistemas de riego, alteración química y organoléptica de la aguas, debido al arrastre de material, daños en huertos, enfermedades fitosanitarias, etc.
“El Niño” y sus efectos
Desde hace varios años los medios de comunicación han mostrado diferentes catástrofes climáticas que se han presentado en distintos puntos del planeta; tornados más extremos, sequías de décadas, inundaciones, incendios causados por las altas temperaturas, entre otros. En Chile, dichas realidades parecían lejanas, aunque la zona central presentaba, hasta hace algunos meses, 14 años de mega sequía; sin embargo, este 2023 estaría marcado por el fenómeno de “El Niño”, que temprano en el año auguraba lo que vendría.
A mediados de junio se escuchaba, casi por primera vez en nuestro país, el término “río atmosférico. Raúl Valenzuela, académico de la Universidad de O’Higgins y PhD en Ciencias Atmosféricas, señaló a TVN que un río atmosférico es «un flujo horizontal de vapor de agua concentrado en largos filamentos, que son controladores de la precipitación en la zona central de Chile».
En 2019, ante la reiterada presencia de este fenómeno en otros puntos del planeta, se creó una escala de intensidad que involucra la duración y la magnitud del flujo de vapor de agua: «En ambas dimensiones hay una combinación. Hay ríos atmosféricos que son de corta duración, pero con mucho flujo, y pueden ser equivalentes -en cuanto a impacto- a ríos que son de menor flujo, pero duran mucho más tiempo», aclaró el especialista.
Entre el 21 y 26 de junio la región del Maule fue afectada por un sistema frontal unido a un río atmosférico de características cálidas que generaron una isoterma 0° C a 3.000 metros de altura en la Cordillera de los Andes. Desde esa altura, hacia la precordillera y valles, las precipitaciones fueron líquidas, intensas y concentradas, ocasionando graves crecidas de ríos como el Mataquito y Maule, lo que provocó inundaciones de ciudades y sectores completos y hectáreas de cultivos bajo agua.
“Estas precipitaciones intensas, en corto plazo, no se constituyen en las llamadas “lluvias efectivas”, aquellas que por definición son más pausadas y extensivas en su duración, sin generar afectación grave a la agricultura. En cambio cuando son intensas, en corto tiempo, solo producen daños urbanos, viales y rurales. Según los modelos de cambio climático, este podría ser el inicio en los cuales sistemas frontales, asociados a ríos atmosféricos tropicales, podrían ser más recurrentes en los próximos inviernos. Si este año hubo dos, es probable que en los próximos inviernos se llegue a tres. Es una de las amenazas a las cuales, la agricultura regional deberá adaptarse para reducir su vulnerabilidad”, señaló Patricio González, Agroclimatólogo de la Universidad de Talca.
Tras dicho evento las autoridades decretaron emergencia agrícola en la zona central y sur del país. A mediados de agosto (18 al 22) se repetía el mismo escenario; un nuevo río atmosférico afectaba la zona central de Chile, estando los tres primeros días de precipitaciones asociados a ríos atmosféricos. Estos dejaron montos de 51.0, 20.6 y 110.0 milímetros respectivamente. En el caso de Licantén, el día 21 de agosto llovieron 139.5 milímetros en 24 horas.
Las consecuencias fueron dramáticas. Las intensas precipitaciones en la zona centro-sur del país generaron daños superiores a los $900.000.000 en el sector agrícola. Cerca de 274.000 hectáreas resultaron inundadas, las que se sumaron a las 120 mil afectadas en el evento climático del mes de junio.
Se estima que 440 sistemas de riego presentaron problemas, siendo la región del Maule la más afectada, presentando daños por cerca de 427.000 millones de pesos; la región de O’Higgins, por su parte, evidenció daños por $198.000 millones.
¿Qué se espera para septiembre?
El noveno mes del año partió con un nuevo río atmosférico, esta vez de categoría 1-2 en escala de 1 a 5; si bien no se registraron graves inundaciones en huertos, como durante los episodios anteriores, el exceso de lluvias ha generado suelos saturados y ha puesto en tela de juicio el inicio de la temporada de riego en especies como la cereza, ya sea porque los equipos de riego resultaron gravemente averiados durante las inundaciones previas o por el exceso de precipitaciones. A su vez, labores como el fertirriego y la fertilización foliar deberán analizarse en detalle y ver con detención qué hacer en cada caso.
En cuanto a las proyecciones agroclimáticas para el presente mes, el agroclimatólogo de la Universidad de Talca, Patricio González, señaló que según modelos probabilísticos, tanto estadísticos como dinámicos, se estima que septiembre continuará presentando precipitaciones, ya que estará marcado por el evento de “El Niño”, el cual partió en junio de 2023 y finalizará en otoño de 2024. Además, habrá episodios de heladas, lo que podría afectar a los huertos en estados fenológicos tempranos.
“Para el mes de septiembre, en el cual hasta el día 22 aún es invierno, las mayores recomendaciones son por la ocurrencia de lluvias tardías seguidas de probables heladas. Por lo anterior se debe estar atento a la evolución meteorológica. Septiembre es un mes de transición desde el invierno a la primavera, por lo cual suele comportarse en forma muy anómala; más aún con la actual presencia del evento cálido El Niño (asociado a lluvias con calor y granizos en primavera). No descuidarse en un año que ha sido extremadamente complejo para la agricultura”, advirtió el especialista.
Sin duda, la actual temporada de cerezas presentará una serie de complejidades asociadas al cambio climático y a los fenómenos extremos que, según los especialistas, serán cada día más recurrentes.
«El tema de las lluvias, en particular dentro de los cambios de este año, son lluvias que los que tenemos más de 30 años estábamos más acostumbrados, pero la verdad es que no estábamos acostumbrados con los cerezos, pero sí sabíamos que los ciruelos, los manzanos lo resistían, pero en el cerezo lo vamos a aprender este año, vamos a saber qué pasa realmente. Sabíamos que los duraznos, por ejemplo, no lo toleraban, portainjertos que eran más sensibles se afectaban mucho con estos temas, entonces yo creo que nos va a pasar algo similar con la cereza, vamos a tener portainjertos que van a aguantar, otros que no lo van a aguantar y vana. presentar problemas a salida de invierno«, adelantó Jordi Casas, Asesor y consultor de frutales de hoja caduca.
¿Qué está ocurriendo actualmente en los huertos de cerezos debido a las inundaciones de invierno? ¿Qué manejos especiales implicarán estos episodios propios del cambio climático? ¿Cómo enfrentar una primavera inestable? Son interrogantes que los principales asesores de producción de cerezas responderán en un próximo artículo de nuestro especial “cambio climático”.