Marzo es el mes de transición entre la postcosecha y la entrada en dormancia de los huertos, período en que deben enviarse ciertas señales a la plantas para que éstas entren en un correcto letargo invernal.
La postcosecha es fundamental para los huertos de cerezos, pues es la base de la partida de la siguiente temporada; durante este período se debe retribuir a las plantas desde el punto de vista nutricional, tras haber pasado una temporada de cosecha.
Es durante los meses de enero y febrero donde se desarrollan muchos procesos fisiológicos muy importantes, entre ellos la inducción de floral, diferenciación de flores, crecimiento de raíces, entre otros, por lo tanto es fundamental tener acciones correctas en términos de manejos culturales.
Cuando finaliza la postcosecha y parte la pre-dormancia, coincidente con el mes de marzo, es necesario estar finalizando todos los programas de recuperación de huertos, desde el punto de vista nutricional; esto debe ocurrir con los programas de suelo, nutricionales, raíces, biología de suelo, etc. Además, se deben terminar todas las correcciones foliares en respuesta a los análisis foliares que fueron tomados al inicio de la etapa de postcosecha, tarde en diciembre o temprano en enero.
“En esta etapa debemos cambiar el switch, dentro de los próximos dos meses vamos a entrar en una etapa de dormancia plena, nosotros podemos definir la dormancia de varias formas, una es fecha calendario: 1 de mayo a 31 de julio, que son los tres meses en que las plantas acumulan este frío como base principal de desarrollo temporada por temporada, pero debemos entender que esto también está conectado con la fisiología y ésta es la que manda; la dormancia fisiológica se puede reconocer en el momento en que la planta tiene al menos el 50 por ciento de la hoja amarilla, siendo sinónimo de hoja amarilla hoja caída, y lo ideal es que esto ocurra al 1 de mayo”, explica Carlos Tapia, Asesor experto en producción de cerezos y Director Técnico de Avium.
El cambio climático ha traído consigo una serie de repercusiones, entre ellas fines de verano extensos y otoños veraniegos; en este aspecto, marzo es el mes en el que se le debe dar la primera señal cultural a la planta: parar el riego; esto, complementado con el cese de la fertilización suelo y foliar hacia fines de febrero para que los huertos tengan una correcta entrada en dormancia.
“Debemos preocuparnos, en términos generales, de ir modificando la programación del riego que tenemos establecido, en algunos casos modificando tiempos y frecuencias, dependiendo los modelos de riego que se siguen en cada proyecto, pero eso tiene sentido en términos de la demanda, evapotranspiración, y ahí hay una confusión porque, si bien hay días de 29-30 ºC, esas temperaturas a partir de marzo duran pocas horas; si los analizamos desde el punto de vista de la demanda, la evapotranspiración efectiva o de cultivo va a caer, aunque tengamos las mismas temperaturas máximas de febrero”, indica Tapia.
Es fundamental mirar la evapotranspiración para hacer cambios en la frecuencia y tiempos de riego y no únicamente las temperaturas máximas diurnas; además, es recomendable estar atentos a la humedad del suelo mediante calicata o uso de sensores.

Es fundamental tener claridad sobre los cambios en las programaciones de riego, pues teóricamente queda sólo marzo para seguir regando, pues abril es el mes de plena transición a la dormancia, por lo cual es recomendable terminar de regar los huertos al 30 de marzo, primera semana de abril, en general. En suelos más arenosos y con presencia de piedras que presentan menor retención de agua, el cese de la temporada de riego se debe extender hasta el 10 de abril.
Si bien en situaciones determinadas se puede volver a regar, considerando por ejemplo un inicio de otoño y entrada en dormancia muy seco, nunca se debe retomar el riego antes antes de reconocer la dormancia fisiológica, representada por al menos un 50 por ciento de hoja caída (hoja amarilla = hoja caída); dicha situación, idealmente, debe presentarse al 1 de mayo, coincidente con el inicio de la acumulación de las horas frío, fundamentales para la siguiente temporada.