En la región de Ñuble, un productor en conjunto con su equipo tomó una decisión clave: mejorar sus procesos de poscosecha desde la base. Con la convicción de que era posible elevar la eficiencia y mantener la condición de la fruta, los dueños del campo buscaron asesoría especializada. Fue entonces cuando, junto a Sebastián Johnson, Gerente General de Proyectos Industriales Johnson, iniciaron un proceso que hoy está transformando la forma de planificar la cosecha en Chile.
Por años, la industria frutícola ha convivido con una realidad evidente: gran parte de las fallas de cosecha y poscosecha no se originan cuando se corta la fruta, sino meses antes, en la falta de planificación, capacitación y protocolos. Este proyecto demostró que es posible anticiparse a los errores… diez meses antes de que la primera cereza llegue al acopio.
Lo que comenzó como una intención de mejora por parte del equipo y la administración del campo se convirtió en un rediseño completo de un predio de 250 hectáreas y en un cambio cultural profundo.
Un cambio radical: de un acopio a nueve
El diagnóstico inicial fue claro: un solo centro de acopio para un campo tan grande generaba saturación, tiempos muertos, recorridos excesivos y pérdida de eficiencia. La solución fue tan simple como ambiciosa: pasar de un acopio a nueve, de los cuales cuatro operarán en paralelo durante la cosecha.
El objetivo era reducir distancias internas, disminuir el tránsito de tractores y evitar que un bins tardara demasiado en llegar al acopio. Gracias a este rediseño, los 20 camiones diarios que antes se despachaban desde un único punto ahora se distribuyen entre varios acopios simultáneamente, transformando un predio grande en unidades operativas más pequeñas y manejables.
Todo esto fue posible gracias al trabajo colaborativo entre PIJ y los dueños del campo, quienes compartieron una misma intención: mejorar sus procesos productivos desde la raíz.

Definir, diseñar y anticipar: el trabajo invisible
Durante meses, Johnson y su equipo —junto a la administración del predio— trabajaron en la definición precisa de cada acopio: dimensiones, alturas, malla adecuada, accesos para camiones y autocargables, áreas de esponjas, zonas seguras de carga y flujos internos de operación.
Pero la obra física era solo una parte. La complejidad real estuvo en el diseño humano y procedimental:
- Un organigrama funcional con 10 personas por acopio y un jefe de unidad.
- Instructivos detallados para cada actividad.
- Y, sobre todo, planes de contingencia para cada posible falla, un concepto poco habitual en la agricultura chilena.
¿Qué ocurre si una grúa falla? ¿Si un autocargable pincha? ¿Si se rompe una manguera hidráulica? ¿Si faltan esponjas, agua o petróleo?
Cada riesgo tuvo una respuesta anticipada y documentada.
El área de abastecimiento se convirtió en un pilar fundamental, encargada de garantizar insumos, combustibles, repuestos, ruedas, mangueras y todos los elementos necesarios para que la operación no se detuviera en ningún momento (continuidad operativa).
Capacitar para comprender, no solo para ejecutar
Desde agosto, la capacitación se transformó en un eje fundamental. Aquí, la intención del dueño y su equipo fue determinante: todos estuvieron dispuestos a aprender, actualizarse y mejorar.
“Si la persona sabe por qué pone la esponja —y no solo que debe ponerla— empieza a tomar decisiones correctas”, destaca Johnson.
Seis ciclos de capacitación lograron instalar una cultura de preguntas, análisis y comprensión profunda. El objetivo era que cada trabajador entendiera el impacto de la temperatura, la humedad y la deshidratación en la condición de la cereza.
Se entregaron instrumentos de medición para fomentar la autonomía técnica del equipo y promover buenas prácticas sostenidas.
La “cosecha ficticia”: un ensayo general nunca visto
Quince días antes de iniciar la cosecha real, se ejecutó una simulación completa: una cosecha ficticia, con los acopios montados, camiones maniobrando, grúas cargando y autocargables circulando… solo que los totes venían vacíos.
Se ensayó todo:
- La posición exacta del camión para aculatar.
- El flujo de entrada y salida de autocargables.
- El retiro y almacenamiento de esponjas.
- El funcionamiento simultáneo de cuatro equipos.
- Las zonas de seguridad.
- La ubicación operativa de cada elemento.
Fueron cuatro horas que comenzaron lentas y terminaron funcionando como una jornada real de cosecha.
“Fue como una película”, recuerda Johnson. “Era la primera vez en 15 años que hacía algo así, y casi me emocioné”.
Un inicio lento para despegar rápido
Los primeros días de cosecha real serán intencionalmente lentos. Esta estrategia permitirá afinar detalles antes del peak operacional, de manera que para el cuarto o quinto día el sistema completo —humano y logístico— esté completamente aceitado.
La clave del éxito, según Johnson, radica en la planificación anticipada, la capacitación profunda y una decisión fundamental: la intención del dueño y su equipo de mejorar sus procesos productivos.

Más que productividad: una nueva cultura de trabajo
Uno de los impactos más valorados fue la motivación del personal. Los trabajadores agradecieron sentirse preparados, considerados y equipados.
Este proyecto no solo busca mantener la condición de la fruta, sino instaurar una cultura donde la excelencia se convierta en hábito.
Como señala Johnson:
“Lo más importante es que las personas disfruten haciendo el trabajo perfecto”.
Un mensaje para la industria
La experiencia en Ñuble deja una reflexión clara:
Antes de innovar, hay que ejecutar correctamente lo que ya sabemos que funciona.
Y para eso, la cosecha debe planificarse con meses de anticipación.
Este modelo, basado en colaboración, intención de mejora y rigor técnico, marca un precedente en la producción de cerezas en Chile.
Y aunque esto no resuelve todos los problemas, esta estrategia permite mejorar los procesos año a año, aprendiendo de los errores pasados y avanzando hacia una cosecha cada vez más eficiente.
